Realmente no sabría decir, en porcentajes, qué parte de mi trabajo diario se dedica a estrategia, coordinación, gestión, innovación y operación. Quizás un 15-15-15-10-45. Os cuento un poco cuál es mi caso y cómo desempeño mi trabajo.
Soy responsable del departamento de Comunicación de una agencia pública empresarial de la Junta de Andalucía. En realidad, este departamento está compuesto sólo por dos personas, de manera que unicamente tengo bajo mi responsabilidad a un trabajador. ¿Esto qué significa? Pues que evidentemente una buena parte de mi jornada diaria debe dedicarse a ejecutar tareas urgentes y atender a todas las obligaciones diarias. Hay días en que puedes pararte a plantear nuevas ideas y otros en que simplemente das teclazos sin parar mirando al reloj (¡¡no me da tiempo!!).
No obstante, por la naturaleza del trabajo que realizamos, nuestras funciones siempre tienen cierto contenido de creatividad y ningún día es igual al anterior: aunque es verdad que hay tareas rutinarias, lo cierto es que cada día nos llegan peticiones de información desde diferentes ámbitos, con diferentes contenidos y que debemos abordar desde diferentes enfoques y en distintos formatos. Esto otorga a nuestro trabajo el privilegio de no ser, casi nunca, aburrido. Nos exige ser creativos, pensar en cada momento cómo podemos responder a esa necesidad de la manera más rápida, completa y útil posible.
Además, nuestra principal herramienta de trabajo es el lenguaje. Nos pasamos el día escribiendo (notas de prensa, informes, reportajes para nuestra revista interna) y eso también requiere (en unos casos más que en otros, claro) bastantes dosis de creatividad. Cogemos información de aquí y allí, a veces muy técnica, y le damos forma para hacerla inteligible, interesante, noticiable.
Es evidente que ser creativo no es lo mismo que ser innovador, pero sí creo que es un primer paso para tener la mente abierta a la innovación. En el caso de mi departamento, tengo la suerte de contar con un compañero que no sólo acepta bien los cambios, sino que impulsa cada día desde su puesto de trabajo la mejora y la innovación. No se conforma con hacer las cosas como siempre se han hecho, siempre intenta ir un paso más allá.
Es una forma de ver y de hacer el trabajo que compartimos. Para mi, cambiar es una necesidad vital. La rutina me aplasta como una losa. Así que cuando las obligaciones más acuciantes se calman y tenemos ratos para pensar, generalmente se nos ocurren ideas para mejorar e intentamos ponerlas en marcha.
En esto influye mucho que trabajamos en un entorno de confianza, tanto entre nosotros como por parte de nuestro entorno directo. Si no sientes la confianza de tus superiores es muy improbable que te decidas a innovar o a hacer propuestas de mejora.
En este sentido hablo de autocensura en el titular de esta entrada. Creo que a la hora de plantear mejoras y de proponer formas nuevas de hacer las cosas todos estamos condicionados y limitados por nuestras expectativas en cuanto a cómo va a recibir nuestro entorno (principalmente nuestros superiores) esas propuestas y en qué medida nos vamos a ver recompensados por llevarlas a cabo. Es decir, si tenemos la percepción de que el entorno no va a apreciar ni a considerar nuestra iniciativa, o lo que es peor, tenemos miedo a vernos solos si la idea no sale bien, ¿qué incentivos tenemos para innovar?
Esta falta de estímulos para el innovador (o intraemprendedor) y esa cultura de condena del error (sin considerar que es de los errores de los que se aprende) conduce a la autocensura de las ideas innovadoras, es decir, al inmovilismo. ¿Para qué hacer un esfuerzo que nadie me está pidiendo, que nadie me va a agradecer si sale bien y del que todos me culparán si sale mal? La consecuencia: ideas que mueren sin que nadie se atreva a llevarlas a cabo.
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